La vida es un juego cruel,
una partida perdida de antemano,
un laberinto sin salida,
un pozo oscuro sin final.
Agosto fue el mes de mi condena,
enfermo y aislado, encerrado en mi prisión,
mis pensamientos negros y fríos,
tan frágiles como un cristal.
Jugando videojuegos, evitando la realidad,
intentando olvidar lo que soy y lo que siento,
no hay escape para mi dolor,
no hay salida para mi lamento.
Las sombras me abrazan y me susurran al oído,
me invitan a sumergirme en la oscuridad,
a perderme en un abismo de dolor,
a renunciar a mi libertad.
Soy un cobarde, lo sé,
incapaz de dar un paso hacia adelante,
atrapado en mi propia mente,
en una telaraña de dolor y tormento.
No necesito alcohol ni drogas,
mi dolor es suficiente para acabar con mi vida,
mi sufrimiento es el veneno que me envenena,
y mi mente es el arma que me destruye.
No sé quién soy, ni quién quiero ser,
no me interesa el futuro ni el presente,
sólo deseo desaparecer en la nada,
y dejar atrás este mundo desalentador y decadente.